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2002-05-03
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Milenio � Diario de Noticias, lunes 29 de abril de 2002
Javier Armentia
Posiblemente lo hayan visto ya cualquiera de estas tardes. Aunque (más posiblemente aún) ni se hayan dado cuenta lo que pasa: que en el crepúsculo vespertino los planetas observables a simple vista están agrupándose en poco más de un palmo de cielo. Justo tras la puesta de Sol, conforme la luminosidad va decayendo, comienzan a verse los más brillantes: Júpiter, el que ahora queda más alto de todos; Venus, el que más brilla, y Mercurio, como un foco que queda cerca del horizonte. Entre los dos primeros, poco a poco, seremos capaces de encontrar a Marte y Saturno, menos brillantes, más rojizos. Y luego, tras estas luminarias, irán apareciendo las estrellas entre las que se están moviendo, aquellas con que los antiguos dibujaron la cabeza de un increíble toro, donde colocaron al Auriga, y donde viven según la leyenda los gemelos Cástor y Pólux.
La última vez que pasó algo así, en mayo de hace dos años, los astrólogos y otros charlatanes se apresuraron a anunciarnos las desgracias que correspondían a un fin del mundo que, como suele pasar, no fue. Ahora andan más callados, aunque no será porque hayan reconocido que lo suyo no tiene fundamento: ese tipo de creencias (todas las que se sustentan en la fe ciega en un dogma revelado y antiguo) son demasiado difíciles de dejar con el trabajo de la razón.
Así que ni nos influyen estos planetas ni nos avisan de nada, pero no dejemos por ello de mirarlos danzar al compás de la mecánica celeste. Hasta el 2040 no volverá a verse algo así y para entonces quién sabe dónde andaremos, así que conviene aprovechar, disfrutar de este espectáculo celeste, gratis total que, además, nos permite soñar sobre otros mundos que no están en éste.
2002-05-03 00:09 Enlace
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