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2015-03-08
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Lo comentaba por ahí, en una reflexión que venía a cuento de la sensación que dan algunas personas que hablan de ciencia, o de pensamiento crítico, o de las dos cosas, de ser prepotentes, intolerantes, poco empáticos con los crédulos o en general con sus interlocutores. Es algo que se viene diciendo, y que a veces tiene que ver con que hay gente que defiende de forma vehemente y con eficacia argumentos racionales, y desmonta algunas cosillas de esas que están de moda, de que todo el mundo es bueno, todas las opiniones respetables, vete a saber si tu un día no te encuentras con que... etcétera. Como Iñaki "Enchufados" ha tenido a bien poner en su blog una boutade de las enormes, véase:
Como ya lo ha hecho público y ha comenzado a tener su vida efímera por Tiwtter, aprovecho que estoy con un montón de trabajo pendiente para colocar el resto de mi texto, que no es que elabore más el asunto pero puede darle un poco de contexto. O no, quién sabe. Tampoco es algo nuevo, y creo que me he pronunciado muchas muchas veces en este sentido por esta bitácora en los últimos 13 años.
PREPOTENCIA
Las discusiones que aparecen por diferentes foros una y otra vez sobre este asunto de si la gente que defiende posicionamientos escépticos no tiene éxito porque es percibida como prepotente o avasalladora tienen un cierto toque de déjà vu y de autocompasión que acaba siendo cansino. Quizá porque a mucha gente le fastidia que la irracionalidad haya ganado en tantos sitios por más que las posturas consideradas socialmente más atractiva sean anticientíficas o estúpidas o... y ante la incapacidad de convencer a la gente de que las antenas de móviles no son peores que fumar, ni el usar el wifi tiene más peligro para la salud que pasear por una calle de las que tenemos llenas de coches contaminando el aire, que realmente si quisieran envenenarnos, controlar nuestras mentes o cambiar el clima (o todo ello a la vez) habría muchos medios más sencillos que sembrar de nubes de condensación el cielo sobre la cabeza de gente con alucinaciones paranoides. Y etcétera.
Como entre otras cosas llevo cierto tiempo intentando comunicar precisamente posturas que caen del otro lado, se que no hay situaciones perfectas, pero el mundo es perfectible. Es razonable pensar en que el progreso viene más fácilmente de la mano de la racionalidad y que colaborar a que eso pueda seguir existiendo merece la pena. Y que así uno tiene que intentar hacerlo lo mejor que sepa y que pueda. Y como nadie es capaz de reconocer que no puede hacer algo que está convencido que sabe hacer, por mucho buen rollo y frases de Paulo Coelho, pasa lo que pasa. Es decir: puede que ciertamente se comunique y se convenza más efectivamente con mucha empatía y vendiendo un discurso más adaptado a lo que la gente quiere (potencialmente) oir. Pero posiblemente en algunas cuestiones se impone un cierto revulsivo, contraponer un exabrupto, o una broma, o denunciar que el emperador va desnudo y los trajes visibles solo para personas buenas no existen, mientras que los timadores son legión y siempre están a la que salta.
Lo he comentado en algunas charlas sobre pensamiento crítico y sociedad en los últimos años: las pulseras power balance no se dejaron de ver en las muñecas de la gente famosa y del resto de la gente porque los científicos o los escépticos denunciaran y explicaran que eran un timo. Posiblemente el mundo de las pulseritas de goma con su holograma super-resonante se acabó cuando se convirtieron en pasto de los monologuistas del club de la comedia. Y si hay algo prepotente es reírte de la gente... ¿o no?
Personalmente prefiero que me digan a la cara que soy un borde. ¿Que a alguien le molesta el tono prepotente de una persona? Pues que lo diga, o que pase de élla. A mi me incomoda mucho vivir en un país gobernado por delincuentes (unos días ladrones, otros terroristas... esos crímenes tan variados), y ahí estamos. Lo digo a veces y otras paso.
De verdad que intento ser muy muy educado, especialmente cuando hablo de temas controvertidos, pero sin negar nunca que mi opinión es tal o cual. Siempre invito a la gente a que no cambie su creencia por la creencia en mi, que lo que yo digo puede estar equivocado y lo que vale son los datos comprobados y todo eso. Es cierto en cualquier caso que, quien me haya escuchado lo sabe, juego con cierta ironía o hasta sarcasmo antes ciertos personajos y situaciones en los que se vende con éxito una imbecilidad. Pero de verdad, me corta mucho hablar en público y no suelo decir las barbaridades que en la intimidad se me pueden escuchar. Entre otras cosas porque, como casi todo el mundo, empleo un registro más o menos adecuado a la situación en la que estoy.
Eh, esto lo hace (afortunadamente) todo el mundo. Y todos sufrimos la convivencia ocasional con una persona incapaz de darse cuenta de que tú no eres parte de su mundo hasta el punto de tener que soportarle todo. Pero me he dado cuenta de que hay algo más: si yo resulto un día apabullante, o prepotente, o zafio, parece que de ahí puede desprenderse que "somos" así. Es decir, y no es algo que me pase a mi solamente, sino que yo he visto cuando alguien comentaba lo que había dicho otra persona (un divulgador científico o escéptico, por ejemplo): que mucha gente generaliza y eso parece valer para muchos otros colectivos (los cientifistas, los escépticos, los directores de planetarios de pamplona...) de los que no suelo ser portavoz. (Si fuera ministro se iban a enterar).
Y como esto se suele repetir, pues resulta que quienes se meten contra las pseudociencias son percibidos como personas prepotentes. Salvo muy pocas y honrosas excepciones. Que todo hay que decirlo. Y, de paso, muchos piensan que los promotores de tales pseudociencias resultan mucho más compasivos o equilibrados y menos dogmáticos. ¿De verdad? Pues si, eso dicen. De poco sirve que un tipo como **** sea realmente un energúmeno, a quien le has visto insultarte, usar sus influencias para que te veten en tal medio de comunicación o directamente plantarte una querella. El prepotente eres tú. Y lo sabes.
Porque no importa que tú seas una persona conciliadora, que nunca has hurtado una discusión sencilla, intentando aportar datos contrastados donde se suelen colocar afirmaciones desmelenadas. Más de una vez me ha pasado en alguna charla que una persona del público me increpe e insulte incluso porque he dicho algo que no quería oir y que iba en contra de sus convencimientos o creencias. Normalmente en esos casos empiezan diciendo algo tipo "es que usted es un prepotente"... luego suelen hablar de dogmáticos, inquisidores y acaban insinuando o directamente acusándome de estar vendido al capital Pocas veces (una o ninguna, que recuerde) he mandado a la mierda a quien tal hace, a pesar de que estaba en el más absoluto de los derechos a hacerlo, o al menos a despreciarle por su hostilidad y pasar de contestarle. Qué va, en esos casos he intentado, todo lo contrario, volver a argumentar y explicitar su completo derecho, por supuesto, a creer lo que quiera, incluso cuando no es cierto. A sabiendas de que iba a ser del todo inútil. Y he visto a muchas de esas personas llamadas "prepotentes" responder con una infinita delicadeza a verdaderos hachazos carentes de educación.
Lo que me conduce a lo que había recogido Iñaki Ucar, una ley absurda sin comprobar al respecto que se podría llamar Ley de Armentia (o de los cojonesmanuel):
en cuanto alguien es tachado de prepotente en público ES prepotente. Y cualquier intento de contrarrestar con argumentos ese insulto será percibido como la reacción de un prepotente. QED.
Como me llamaron públicamente prepotente hacia el año 85, hace 30 años que no tengo complejo alguno en saber que no seré de los elegidos para ser santificados por los biempensantes del mundo. No intentarlo me ha permitido, por otro lado, dedicarme a aprender un poco más y a intentar al menos seguir trabajando por lo que me parece bueno trabajar.
Ya se que esto no es un criterio o imperativo moral al estilo del de Kant, pero me parece que la gente que escribe, habla o baila en público tiene que asumir que su trabajo no es bueno o malo en función del buen rollo que suscite, sino de otros parámetros que cuesta más evaluar y, sobre todo, que exigen más trabajo hacerlo.
Así que cuando me dicen que los escépticos (o los divulgadores de la ciencia, o los payasos de la tele o ...) transmitimos mal porque parece que agredimos a la gente, sonrío y pienso en algún mantra de esos que uno tiene para no decirlos en público (por ejemplo: "y tu puta madre, carilño") y suelo comentar en alto: ah, pues si, qué interesante tema.
(Bueno, no siempre digo esas cosas, otras simplemente miro con tristeza cómo una persona puede estropearse tanto como para creer en los chemtrails o en la homeopatía y encima llamarme a mi prepotente...)
Comperdón.
2015-03-08 19:14 Enlace
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Comentarios
1
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De: Pepso |
Fecha: 2015-03-08 21:25 |
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Cada persona tiene derecho a creer en las ideas que quiera y tenemos que respetar eso. Otra cosa es respetar ideas que hacen daño al genero humano y esas hay que combatirlas con energía, te llamen prepotente o lo que quieran. Hay quien cree que la buena educación es un signo de debilidad y con esos no hay nada que hacer. Hay que preferir que te llamen prepotente a imbecil, asi que animo y a por ellos.
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Para quienes defienden posturas irracionales constituye un acto violento en contra de ellos decirles que sus creencias son falsas. Y reaccionan en consecuencia: piensan/sienten que eres un prepotente. Rebatirlos es agredirlos, como cuando le dices a un creyente religioso que su dios no existe. Les mueves una infraestructura psicológica que les confiere seguridad y sentido a sus vidas. Pero alguien tiene que hacer este trabajo. Admiro a quienes, como tú, pueden plantarle cara a tanto disparate.
Gracias y un saludo.
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De: Iñaki |
Fecha: 2015-03-08 23:44 |
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Me ha hecho tanta gracia porque llevo sufriendo en silencio ---o no tan en silencio, porque siempre me quejo amargamente--- algo que se podría enunciar en los mismos términos.
Uno tiene la mala costumbre de defender su postura (opinión/dato/whatever) de forma vehemente cuando está razonablemente convencido de su veracidad. Vicios que tiene uno, oiga. Y suele pasar que, cuando te encuentras con un interlocutor que defiende lo contrario, la discusión se alarga y se alarga, y de repente te espeta: "¡Es que eres un cabezón!".
Yo soy el cabezón. Tú no. Yo. Cuando tú no, yo sí. ¿Por qué? Porque te lo ha llamado antes. Así de fácil. Hay pocas cosas que me toquen los cojones más que esta situación. Se podría formular de manera análoga:
Ley de Armentia-Úcar (o de mis cojones treintaitres): En cuanto alguien es tachado de cabezón en público, ES cabezón. Cualquier intento de contrarrestar con argumentos ese insulto será percibido como la reacción de un cabezón.
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De: ElPez |
Fecha: 2015-03-09 13:54 |
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Eres un genio, Iñaki. Y a ver quién te lo discute, que cómo te pones XD
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De: Emilio Molina |
Fecha: 2015-03-09 23:12 |
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Voy a hacer de abogado del diablo. Ante todo, el artículo me parece muy preclaro y completo, y estoy tan de acuerdo que hasta duele.
El ejemplo de la Powerbalance es un buen punto de partida para lo que querría subrayar: la gente dejó de usarlas cuando se ridiculizó en los medios (y corrieron a llenar ese hueco con agua de mar o cualquier otra cosa). La ciencia corre el terrible riesgo de que esa percepción (que en ocasiones, como bien comentas, es más que percepción, incluso aunque sea en casos anecdóticos) haga que la gente deje de tomar en serio su divulgación. Y en nuestro caso, no tenemos reemplazo.
Todos tenemos momentos y días de coger a alguien por el pescuezo y meterle las orgonitas hasta el píloro, o lanzarlo por la puerta de emergencia de un avión para que compruebe en primera persona que aquella bonita estela no se forma por el rociado de nada. Eso está claro. Pero cuando pasa, es el poso que queda.
A menos que alguien tenga una familia "disfuncional", todo el mundo habrá vivido con menor o mayor cercanía la brecha entre dos personas entre las que incluso cada intento genuino de comunicarse sólo consigue una mayor escalada de violencia y más ítems para sus respectivas listas de agravio. Llevado al extremo, podemos hablar de conflictos como el palestino-israelí.
¿Somos prepotentes? Pues a lo mejor lo último que se espera esa persona que te acusa de serlo es, simplemente, enarbolar una disculpa (eso tan raro de ver hoy en día) por haber sonado así (ni siquiera hace falta reconocer serlo, pero si le hemos sonado así, eso es un dato con el que tenemos que trabajar), e intentar reconducir la situación de otra forma.
Porque a veces nos olvidamos de que, si hay tanta pseudociencia, no sólo es porque ofrezcan milagros del todo a cien, sino porque el tipo que los vende (con éxito) sabe encandilarlos (y sí, hay tipos que los venden que te llaman gilipollas a la cara a ti y a sus propios seguidores, también doy fe). Quizá a veces haga falta salir de la dinámica "tú no tienes razón y yo sí" y buscar otro tipo de enfoques (como "¿qué te ha conducido a pensar eso?" o yo qué sé, si lo supiera habría acabado con la tontería en el mundo y no estaríamos aquí discutiendo). Quizá sólo haga falta preguntar más, escuchar más, buscar que la otra parte sea la que se dé cuenta (si puede) de que no puede explicar tan bien su propuesta como cree que puede, o que otros lo vean así. Y hablar menos. Yo qué sé, sólo soy informático; supongo que un psicólogo o un comunicador profesional (un mago o un actor, un vidente) tendrá aprendidas muchas de esas herramientas, o quizá las incorpore de forma innata (supongo que alguien dirá que Sagan era un prepotente, pero quizá sean los menos; incluso veo estafadores que lo usan en sus charlas para reforzar su propio mensaje a sus víctimas).
En resumen: que a veces a lo mejor hace falta asumir ese sambenito de la prepotencia (real o simulada) y trabajar con y contra ello. A lo mejor sólo hace falta practicar internamente nuestros discursos y dialéctica hasta encontrar una vía para neutralizar la posibilidad siquiera de transmitir esa sensación (contar una historia interesante, una anécdota divertida -ah, el humor-, quizá rebajar el nivel de solemnidad que adquirimos en ocasiones como ésta en la que nos ponemos tan estupendos que da ganas de vomitar).
Hace unos días tuve un encontronazo con un divulgador, precisamente por este tema, porque (estando "en el mismo bando" que él) me sonó, efectivamente, que su discurso podría provocar el rechazo (tachado de prepotente) por la audiencia al que realmente debería ir dirigido (luego resultó que era más para desahogarse que para divulgar y esa crítica puede que no tuviera razón de ser siquiera). Pero en lo que derivó la conversación me provocó el rechazo a mí (insisto, del "mismo bando") por una sensación terrible de prepotencia. ¿Y qué pasa? Pues que igual a un magufo le podemos presuponer un mal uso de la razón o de los mecanismos de comunicación, pero si se pretende llegar a transmitir un mensaje en un público que además está predispuesto contra dicho mensaje, el más mínimo desliz de este estilo supone detonar todas las minas mentales de sus campos, y un clavo más en el ataúd de la divulgación.
Tal y como yo lo veo, inocular una idea a alguien que es contrario a ella tiene la misma complejidad que un virus tratando de encajar un trozo de su ADN en el de la célula huésped para que sea ésta quien se encargue de generar el cambio real y seguir difundiendo ese cambio: necesita no sólo engañar a sus anticuerpos sino contar con un conjunto específico de proteínas que le permitan un acceso suave a las piezas claves de información que esa célula ya tiene para adjuntarle la que queremos aportarle.
Y con ejemplos como éste, donde equiparo la difusión de conocimiento a una infección vírica, mal voy. Pero espero que se entienda el mensaje que quiero decir: si alguien tiene que meter la pata, intentemos no ser nosotros. Si la hemos metido, pues joder, intentemos al menos ser conscientes y no enarbolar un "y tú más". Si en lugar de pensar "voy a demostrarte a ti y al mundo que eres un ignorante y crédulo" se enfoca como "déjame acompañarte en un viaje por páramos apasonantemente bellos", quizá (y sólo quizá, siempre habrá locos en todas partes) no clavemos más clavos en nuestro ataúd.
Quizá sólo soy joven (cada vez menos) e ingenuo (cada vez más) y aún creo que puede haber una manera, aunque sea larga y ardua.
Eso sí, me guardo el meme para los días de fiesta de mis principios :P
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