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2002-06-09
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Eclipse Transpacífico (y Transdiurno)
2002-06-09


No lo veremos desde España, que pilla por el otro lado del mundo. (Antes que siga, si quieres información sobre el mismo, mira en Sky&Telescope, por ejemplo). La zona de anularidad de este eclipse de Sol recorre el Pacífico, cruzando la línea que Eco llamaba "del día de antes"; o sea, la del cambio de hora. Es el 10 para los que quedan al Oeste del mundo, y día 11 para los que quedan la Este. Los más orientales. No deja de tener su gracia: en los EEUU lo verán como un espectáculo vespertino, y en el Pacífico Este lo tienen abriendo la mañana. Pero esa no es la paradoja: realmente sucede además antes sobre Japón o Hawaii que sobre California. Cosas del movimiento de los tres astros implicados, el Sol, la Luna y nuestra Tierra.

Tienen los eclipses, incluso los anulares, algo de mágico que hace que muchos recorran el mundo detrás de esos pocos minutos de sorpresa. En 1984 tuve la suerte de correr detrás de uno en la costa atlántica de Marruecos. Años después contemplé un par de eclipses totales. Y alguna otra vez me tocó hablar mucho de ellos. Sigo sin poder explicar mejor qué sucede realmente -y no hablo de la geometría o la física del asunto- que las palabras que escribió Juan Ramón Jiménez en sus poemas en prosa dedicados a un burro llamado Platero:

Nos metimos las manos en los bolsillos, sin querer, y la frente sintió el fino aleteo de la sombra fresca, igual que cuando se entra en un pinar espeso. Las gallinas se fueron recogiendo en su escalera amparada, una a una. Alrededor, el campo enlutó su verde, cual si el velo morado del altar mayor lo cobijase. Se vio, blanco, el mar lejano, y algunas estrellas lucieron, pálidas. ¡Cómo iban trocando blancura por blancura las azoteas! Los que estábamos en ellas nos gritábamos cosas de ingenio mejor o peor, pequeños y oscuros en aquel silencio reducido del eclipse.

Mirábamos al sol con todo: con los gemelos de teatro, con el anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado; y desde todas partes: desde el mirador, desde la escalera del corral, desde la ventana del granero, desde la cancela del patio, por sus cristales granas y azules...

Al ocultarse el sol que, un momento antes, todo lo hacía dos, tres, cien veces más grande y mejor con sus complicaciones de luz y oro, todo, sin la transición larga del crepúsculo, lo dejaba solo y pobre, como si hubiera cambiado onzas primero y luego plata por cobre. Era el pueblo como un perro chico, mohoso y ya sin cambio. ¡Qué tristes y qué pequeñas las calles, las plazas, la torre, los caminos de los montes!

Juan Ramón Jiménez, Platero y yo (Elegía andaluza), 1907-1916

2002-06-09 20:47 Enlace

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