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Historias > El Sino De Los Dinos
2002-05-31
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Publicado en TERRITORIOS, ciencia/futuro. El Correo. Miércoles 22 de mayo de 2002
A menudo los científicos se quejan de lo difícil que resulta que los nuevos descubrimientos científicos sean incorporados al conocimiento general y asumidos por la sociedad, porque existe una gran inercia a aceptar las nuevas ideas, los nuevos conocimientos. Pero no es menos cierto que, en algunos casos, un descubrimiento alcanza una dimensión pública enorme a gran velocidad, y pasa a ser considerado rápidamente "sabido por todos". Algo así nos encontramos al hablar de la desaparición de los dinosaurios, hace más o menos 65 millones de años.
La hipótesis que planteó el geólogo Walter Álvarez en 1979 de que el origen de esta extinción masiva pudiera tener un origen cósmico, el impacto de un asteroide o cometa contra nuestro planeta ha acabado por imponerse, siendo casi un tema del día a día. A ello contribuye, no cabe duda, la popularidad de los dinosaurios, lo llamativo de un cataclismo de este tipo, y cómo los medios de comunicación han ido contando este escenario.
Sin embargo, cuando Álvarez presentó los resultados de los análisis de unas arcillas correspondientes a la época que marca el fin del periodo Cretácico, el último de la Era Mesozoica (antes conocida como Secundaria), al periodo Terciario, ya en nuestra Era Cenozoica, la cuestión fue tomada como algo exótico, por no decir completamente descabellado. Álvarez, en la ciudad italiana de Gubbio, extrajo estratos correspondientes a ese cambio en donde encontró (gracias a los análisis de su padre, el físico y premio Nobel Luis W. Álvarez) una abundancia de Iridio mucho mayor de la que se encuentra en nuestro planeta. ¿Qué podía haber depositado tanto Iridio? Este metal es escaso en la Tierra, pero abundante en algunos tipos de asteroides de nuestro Sistema Solar. Así, nació la idea de que el responsable de la destrucción de los dinosaurios, junto con casi las tres cuartas partes de los seres vivos de la Tierra, era un impacto cósmico.
Lo cierto es que la primera hipótesis publicada por Álvarez hablaba de una explosión de supernova como posible responsable del Iridio. Se abandonó posteriormente esta idea porque algo así habría producido otros restos, entre ellos Plutonio. No había nada de eso. Sin embargo, en estratos similares de Dinamarca, Nueva Zelanda, Sudáfrica o España (en la zona costera de Zumaia queda al aire libre esa discontinuidad geológica), aparecía esa alta concentración de Iridio. La segunda conclusión, publicada a comienzos de 1980 en la revista Science, es la de un impacto asteroidal, de un cuerpo de unos 10 km de diámetro que habría provocado un desastre global: maremotos, incendios y destrozos generalizados en gran parte de la superficie del planeta, pero, sobre todo, que habría lanzado una gran cantidad de material a la atmósfera (medio billón de toneladas de polvo y ceniza, además de millones de toneladas de agua evaporada por el calor de la explosión), impidiendo la llegada de la luz solar durante decenios, y propiciando un cataclismo secundario: la falta de alimento y la consecuente extinción masiva de numerosas especies, entre ellas las de los señores de la creación en la época, los dinosaurios.
En 1981, unas prospecciones petroleras permiten descubrir en la zona del Caribe junto a la península del Yucatán, los restos de un crater gigantesco, cuyo centro tiene más de 130 km de diámetro en torno a la población de Chicxulub. Análisis posteriores han permitido comprobar que la época se corresponde, que incluso a trescientos kilómetros de distancia de allí existen alteraciones geológicas producidas por las ondas del impacto, un terremoto que habría alcanzado 13 grados de magnitud. Las hipótesis alternativas, principalmente un vulcanismo generalizado, no han conseguido, como la hipótesis del cataclismo cósmico, dar cuenta de lo observado. Sin embargo, y a pesar de la popularidad, lo cierto es que el debate continúa.
Por ello, podría parecer que se echa leña al fuego con las nuevas investigaciones de lo que sucedió millones de años antes de esa extinción, en concreto hace unos 200 millones de años, entre los periodos Triásico y Jurásico, que es cuando se produce la aparición de los grandes saurios, esos lagartos terribles a los que se refiere la etimología de la palabra dinosaurio. De nuevo, el Iridio parece ser la evidencia que se presenta: en los estratos inferiores al comienzo del Jurásico aparece una alta concentración de este metal, indicando posiblemente un impacto cósmico.
Los paleontólogos consideran que los dinosaurios aparecieron hace unos 230 millones de años, compitiendo con muchas otras especies de reptiles durante el periodo Triásico. Hace 202 millones de años la mayoría de las especies competidoras desaparece, y las especies de dinosaurios adquieren mayor desarrollo, tamaño y conquistan todo el planeta. Un equipo internacional de paleontólogos ha analizado los estratos correspondientes a esa época en más de setenta puntos de Norteamérica, y los resultados se han publicado hace una semana en la revista Science. Según los invetigadores, el cambio se produjo muy rápidamente, en escala geológica: menos de cincuenta mil años. La presencia de Iridio apunta a un origen extraterrestre, aunque no descarta otros fenómenos: en esa zona correspondiente a hace 200 millones de años se produjo también una inversión del campo magnético terrestre, de causa desconocida. El escenario propuesto por los autores en Science es que el impacto provocó, como sucedería 135 millones de años después, un cambio climático importante, que resultó ser un ventaja para los grandes saurios, mientras que otras especies desaparecieron: un 20% de las especies marinas, los últimos grandes anfibios y muchos otros reptiles (no dinosaurios) como los archosaurus y numerosos terápsidos.
Hasta ahora, se planteaban hipótesis relacionados con cambios de clima graduales o cambios en el nivel de los océanos. Los datos apuntan, sin embargo, a un fenómeno más corto en el tiempo, más radical. Hasta ahora, se pensaba que una erupción masiva de basaltos en lo que hoy es la zona central del Atlántico podría ser la causa. Pero esta teoría ni explica el Iridio ni justifica la ausencia de cambios en los gases de la atmósfera. Queda, por el momento, localizar un cráter de la época adecuada para poder afirmar este nuevo escenario cataclísmico.
Extinciones Y Cataclismos
Las dos extinciones mencionadas, la Triásico-Jurásico de hace 202 millones de año y la Cretácico-Terciario, de hace 65, son dos últimas de las grandes extinciones que consideran los paleontólogos. La primera marcó el final del periodo Ordovícico, hace 440 millones de años. La segunda, hace 365 millones de años, se corresponde con el Devónico tardío. La tercera, al fin del Pérmico, fue hace 225 millones de años. Y atendiendo a los datos encontrados fue la mayor de todas, alcanzando de muerte al 95% de las especies animales marinas y terrestres: se estuvo al borde de la extinción global. No todas ellas parecen mediadas por impactos cósmicos, sin embargo. La del Pérmico parece ligada a la formación de un solo continente, Pangea, en aquella época, debido a cambios en el nivel de los mares y la consecuente desaparición de numerosos ecosistemas. Ambos factores podrían haber provocado una disminución de los hábitats y la consecuente desaparición masiva, como propuso hace unos años Stephen Jay Gould, muerto hace poco.
En cualquier caso las cinco grandes extinciones marcan no sólo alteraciones cuantitativas (muertes de grandes cantidades de seres vivos), sino también cualitativas. Esos cambios suponen la desaparición de numerosas especies y familias, y la aparición de otras nuevas. Algunos paleontólogos, como Richard Leakey, creen que estamos ante una sexta gran extinción, esta vez provocada por la especie humana.
2002-05-31 06:48 Enlace
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